El miércoles pasado hice un trato
con mi portero. Él ya no me da más cartas en mano y yo tiro la basura en el
contenedor que toca.
Tenemos una relación bastante fluctuante en la que no
siempre lleva él la voz cantante, por eso consideré que este momento ya era
necesario.
En esas mañanas frías a -3º cuando salgo por la puerta y ni
el abrigo verde de camuflaje me corta el castañeo de los dientes, me apetece
pararme a recopilar unos segundos el camino diario que hago. Hay veces que lo
veo aproximarse, acelero el paso y omito esos segundos, porque sí, soy una
grandísima y verdadera Morgenmuffel.
Cuando se que alguien va a coger el ascensor, prefiero usar la escalera,
me pongo la capucha, me voy sin hacer ruido y sin dejar rastro. Yo creo que
cuando voy con alguien en el ascensor, parece que baja o sube con más lentitud
que de costumbre. Me conozco los puntos defectuosos que tiene ese suelo
revestido de granito mejor que las fotos que tengo pegadas en la pared. Estoy más
cómoda cuando cojo yo las cartas del buzón, cuando no me encuentro a nadie al
subir al ascensor y cuando no hay ningún ruido de vecino alrededor. Será porque
tampoco hay días de sol como para tener ganas de abrir la boca, subir la mirada
o dejar la puerta sin vuelta de llave porque esperas a alguien.
Wxyz
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