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martes, 3 de marzo de 2015

           FINGÍ SOÑAR, SENTÍ MORIR, CORRÍ ESPANTADA, AVERGONZADA, DESESPERADA DE VER UN ESPECTÁCULO QUE SE REPETÍA, EN AQUEL PATIO DE BUTACAS.
Conté, cerré, quemé, pero no salí esta vez a la búsqueda de lo perdido,  lloré por el absurdo de mi error, y clavé la forma de mi inocente explicación en aquel arroyo que encontré por el camino.
Demoledor, aterrador, inesperado, fue el grito que se escuchó desde lo alto de la veleta que coronaba “una” montaña, ya estaba cayendo, a la vez  un insípido suspiro que no sirvió para más que intensificar el aroma a helada, el aroma a desilusión.  Ahuyentada por el amargo sonido, se le acercó sin más una tal desesperanza desconocida, que le quiso llenar de pájaros la cabeza, que alguna vez voló como si lo fuera con ayuda de algo inexplicable como fue su amor.

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